Capítulo 21
Día cinco
Día cinco
Lo sé. Me salté un día. La
excusa es que ayer estuve trabajando todo el día y a la noche mis hijas (Ángela
y Sofía) usaron mi laptop. Hoy fue un día normal. De esos que no cuentan a la
hora de hacer memoria. Ni malo ni bueno, normal. Está bien, si hilamos fino va
a salir algo. Porque siempre hay algo. Sobre todo desde que estoy en esta
espiral descendente que no termina de girar. Lo peor de este caso son los
“opinólogos”. Llamo así a los que sin ponerse en mis zapatos se atreven a
juzgar. Hace unos días publiqué una foto con el título “En boca cerrada…” y de
verdad lo creo. En boca cerrada no entran moscas dice el popular dicho. Es que:
¿Quién es quién para juzgar los sentimientos ajenos? ¿Quién está libre de
pecado para arrojar la primera piedra? ¿Quién se considera tan sabio como para
dar consejos y establecer pautas morales a los demás? Lo tremendo de toda esto,
es el estado público al que se llevan los problemas que en otros tiempos no
trascendían el círculo íntimo. Con la llegada de facebook y twitter lo que
antes lo sabían sólo las tías chismosas, hoy lo sabe el barrio entero, el lugar
de trabajo y todo aquel que pase el muro y lea el intercambio de insultos.
Alguna vez deberíamos entender que cada persona es un mundo, con sus
contradicciones, dudas, certezas, amores, odios, fobias y grandezas, y que cada
ser humano tiene derecho a vivir su vida. Si con ello causa daño, la sociedad,
la justicia o el propio arrepentimiento lo castigarán, pero no podrán quitarle
el derecho inalienable de ser ellos mismos. Hace unos meses leí algo que llamó
inmediatamente mi atención y lo guardé para usarlo en algún momento. Bueno, el
momento llegó: “El amor, la pasión, el desamor, la indiferencia, el deseo y la
posibilidad de perdonar y ser perdonado son cosas que irrumpen en la vida de
todos y sólo la seguridad de ser uno mismo, sin traición posible, podrá redimir
nuestros errores o premiar nuestras buenas decisiones”. Nada. Eso.
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